|
|
Durrell, Gerald; Mi familia y otros animales. (My family and other animals. 1956) Alianza Tres. 9ª ed. 1984.
- En el prólogo, hablando acerca de su madre, afirma: “Como señala con razón mi hermano Larry, podemos estar orgullosos de cómo la hemos educado; ello nos honra.”
- Hablando del clima: “A mí, tirado en el suelo mientras etiquetaba mi colección de conchas, me había provisto de un catarro que parecía haberme fraguado en el cráneo…”. “A mi hermana Margo le había deparado un surtido fresco de acné sobre su rostro…”
- “Lo que me había contado de la mígala me fascinaba: la imagen del animal agazapado en su túnel de seda, sujetando la puerta con sus curvadas garras, con el oído atento a las pisadas de los insectos sobre el musgo. ¿Y cómo le sonarían las cosas a una mígala? Me imaginaba que un caracol se arrastraría sobre la puerta con el ruido de un esparadrapo que se despega lentamente. Un ciempiés haría el estruendo de un batallón de caballería. Las moscas patalearían en descargas breves, seguidas de una pausa para lavarse las manos: un ruido sordo y áspero como el de un afilador en acción. Decidí que los escarabajos de mayor tamaño sonarían a apisonadora, y los más pequeños, mariquitas y otros, probablemente ronronearían sobre el musgo como cochecitos de pilas”. (pág. 85)
- “Afuera las persianas chirriaban al soplo cálido de la brisa, y las gotas de lluvia, cual transparentes renacuajos, se perseguían por los cristales.” (pág. 89)
- “Pero en el aire había como una incertidumbre. Las hojas doradas y rojas que cubrían el campo en grandes montones susurraban o crujían entre sí, o se daban carreritas de un lado a otro, rodando como aros de color entre los árboles. Parecían estar preparándose, entrenándose para algo que comentaban animadamente al congregarse en torno a los troncos.” (pág. 188)
- “Tornábase el mar azul oscuro, casi negro y salpicado de espumas. Los cipreses oscilaban sobre el cielo como sombríos péndulos y los olivos (tan fósiles, tan quietos y hechizados durante todo el verano) se contagiaban de la locura del vendaval, cabeceaban chirriando sobre sus troncos deformes y retorcidos, y su follaje viraba del verde al plata como la madrugada. Eso era lo que habían cuchicheado las hojas muertas, he ahí lo que esperaban: entonces se alzaban neuróticas a bailotear en el aire, a planear, revolotear y caer exhaustas cuando el viento se cansaba de ellas y pasaba de largo.” (pág. 189)
- “Se inclinó contra la proa y dio un empujón; la embarcación se deslizó con un murmullo hasta el agua, y allí las alas diminutas saltaron a comerle la proa como cachorros contentos”. (pág. 283)